24 abril 2010

Ficcionando

Matías era un tío muy raro, posíblemente el más raro que haya conocido nunca. Desde que le vi por primera vez, cuando los dos tendríamos unos ocho años, sentado en un rincón del recreo, sin hablar con nadie, casi invisible...supe que me iba a caer bien.

Éramos totalmente diferentes, yo un niño bien educado, a cuya madre felicitaban todos los vecinos porque siempre les abría la puerta o les llevaba las bolsas de la compra. Matías no hacía eso, no fueron pocas las veces que se ganó alguna bronca por escupir dentro de los buzones, robar en las tiendas del barrio o meterse en alguna pelea, de las que lo que más herido volvía era su orgullo.


Siempre le encantaron las peleas...si no le encontraban a él, se volvía loco por buscarlas, y las encontraba. De hecho he de reconocer que, al principio, aproveché nuestra amistad para que me protegiera y, por qué no, ajustar un par de cuentas que tenía pendientes con los matones que siempre se habían aprovechado de mí.

De pelea en pelea fuimos cogiendo cada vez más confianza, y nuestra amistad fue a más. La adolescencia la pasamos entre conversaciones, paseos, aventuras de juventud y bibliotecas, aunque allí siempre iba casi obligado por mí, porque se aburría al poco tiempo de estar dentro. Era inquieto.

Cuando cumplí los dieciocho años, entré en la universidad. Matías no, dijo que prefería buscarse la vida por ahí. Y fue entonces cuando le perdí la pista. Yo me centré en mis estudios de Derecho, empecé a salir con una chica...de él no supe prácticamente nada. De vez en cuando volvía a aparecer por mi vida, casi siempre en bares o en lugares en los que yo no me encontraba muy a gusto. Cada vez que le veía y nos despedíamos una vez más, sin saber hasta cuándo, me prometía a mí mismo que tenía que llamarle, volver a recuperar el contacto...pero al final siempre pensaba en otras cosas y la ocasión iba pasando.

Algunos años después terminé la carrera de Derecho y encontré un buen trabajo. También me casé, aunque no con la chica con la que salía cuando iba a la universidad. De hecho, una de las últimas conversaciones que tuve con Matías fue sobre ella, sobre lo que me había hecho y lo mal que me sentía. Él, como si tuviéramos de nuevo doce años y estuviéramos en el recreo, me dijo que no me preocupara, que lo iba a solucionar. Unos días después, mi amor de la universidad apareció muerta en el piso donde vivía con su nuevo amigo...Cuando vi la noticia en el periódico me asusté muchísimo. Al parecer la habían violado y, después, asesinado, un tiro en el corazón. Inmediatamente llamé a Matías, y me dijo que él no había hecho nada, que cómo podía pensar que era capaz de hacer algo así.

De hecho, un par de días después detuvieron a dos yonkis que frecuentaban el barrio donde vivía ella. Yo quise quitarle importancia al asunto, pero en el fondo no podía evitar pensar que Matías había tenido algo que ver, así que decidí no volver a hablar con él.

Después de todo eso, me llamó unas cuantas veces durante años, incluso una vez se pasó por casa, pero pude echarle con excusas. Había decidido firmemente expulsarle de mi vida, y creía haberlo conseguido.

Hasta hace cinco minutos.

Estoy sentado en el sillón de mi casa, con una pistola apuntando a mi cabeza. Matías me obliga a mirar a un espejo en el que puedo verle perfectamente, sosteniendo mi vida con un dedo y un gatillo. Pienso en implorarle, pero no creo que sirva para nada. Está muy enfadado, me ha echado en cara que estuviera tantos años intentando evitarle, me ha gritado que todo lo que ha hecho lo ha hecho por mi bien, ha gritado tan fuerte que aún me duelen los oídos, me duele toda la cabeza.

Desde donde estoy puedo ver el reloj, en poco más de diez minutos mi mujer y mis hijos entrarán por la puerta que tengo justo detrás de mí. Mi corazón se encoge cuando pienso en lo que Matías podría hacerles...nunca me lo perdonaría. Pero no puedo hacer nada, él me tiene a su merced...está tan furioso que no hay manera de poder dialogar con él.

Nada que pueda hacer.

O sí.

Cuando tomo la decisión, él parece notarlo, porque veo su mirada en el espejo. Es una mezcla de odio y miedo. Miedo a perder el control de la situación, miedo a no poder hacer nada.

Pienso por última vez en mi mujer y en mis hijos y aprieto el gatillo. Justo antes de escuchar la detonación, veo que Matías sonríe. Los dos sonreímos. Al fin y al cabo, creo que es la primera vez que las dos partes de mi cerebro se ponen de acuerdo.

2 comentarios:

Ana Matallana dijo...

¡Bravo! ¡Que vivan las historias oscuras! =)

Morix dijo...

Muchas gracias...

Casi casi podría decirse que me inspiró leer la tuya (sabía que esa sonrisa escondía un lado oscuro jeje)