Corría el año 1995, o quizá era
1996. Ya sabéis, cuando no había calles sin tiendas, los bares no se habían
convertido en restaurantes chinos y los restaurantes chinos todavía no eran
woks.
Yo caminaba junto a mi madre
emocionado porque iba a conocer la redacción de uno de los periódicos más
importantes de Aragón. El lugar donde había soñado trabajar desde que tenía dos
años. Cuando llegamos, mi madre me presentó a un amigo, por aquel entonces
encargado de la sección de local. Tras oír mi nombre, aquel periodista me miró
fijamente y sólo hizo una pregunta: “¿Así que tú eres el que se quiere dedicar
a esta mierda de profesión?”.
Le contesté orgulloso que sí, y
achaqué su pregunta a un mal día en la redacción, un artículo recortado o la
falta de café. No le di más importancia.
Años después, tras una travesía
horrible por el desierto de Derecho, pude cumplir mi sueño y convertirme en
periodista. Sabía que no era la profesión mejor pagada, sabía que mi camino no
iba a ser tan seguro como el de muchos de mis amigos que habían elegido otras
carreras; amigos que, después de trabajar mucho, llevan ahora una vida de éxito,
con importantes sueldos, y a quienes de momento no les asusta el fantasma del
paro. Algo que me alegra mucho porque realmente se lo merecen.
Muchos fueron los profesores que
me advirtieron de lo jodido de esta profesión. Los horarios, la inestabilidad
familiar, las presiones políticas y económicas, la precariedad… Monstruos que
desde debajo de la cama intentaban asustarme y me recordaban la pregunta que me
hizo el jefe de Local.
Pero aun así seguí adelante.
Podría decir que fue un camino duro, pero mentiría. No me costó
demasiado porque era lo que me gustaba, lo que mejor sé hacer. Lo único que
quería hacer.
Ahora, varios años después de
terminar la carrera, en el paro y después de haber encadenado cinco o seis
contratos de sustitución, me sorprendo a mí mismo muchas veces pensando en la
pregunta de marras. Y la respuesta siempre es la misma: quiero dedicarme a esta
mierda de profesión. Pero no me dejan. Ni a mí ni a muchos otros.
Hoy por hoy, la de periodista es
una de las profesiones más denostadas, si no la que más. Y por mucho que nos
joda, eso es algo que nosotros solitos hemos conseguido, si no con nuestras
acciones, sí con nuestras omisiones.
Bajo el ala del Periodismo se han
protegido auténticos mierdas que no tenían donde caerse muertos, informando
sobre estupideces que sólo interesan a gente más preocupada por la vida de los
demás que por la suya. Y eso lo hemos consentido.
Las grandes empresas y las
presiones políticas han moldeado muchos medios para convertirlos en poco más
que voceros encargados de loar al partido o al producto de turno. Y eso lo
hemos consentido.
Con la excusa de becas no pagadas
y contratos de prácticas cuyos firmantes deben sobrepasar las responsabilidades
que les corresponderían se ha maltratado a la información y a los productos
informativos, y se ha sacrificado la objetividad. Y eso lo hemos consentido.
Los medios de comunicación, en
definitiva, se han convertido en herramientas al servicio de intereses. Unas
herramientas que, como tales, no se ha dudado en cerrar y hacer desaparecer
cuando ha convenido, aludiendo muchas veces a una rentabilidad en la que no se
valora la importancia de informar, y de hacerlo bien.
Y cosas como estas suceden cada
día, mientras asociaciones de periodistas se llenan la boca de palabras
bienintencionadas y promueven sesudos estudios para mejorar la profesión
mientras hacen la vista gorda ante las muchísimas personas que siguen
trabajando en los medios sin ni siquiera tener la titulación adecuada.
Suceden mientras en todos los
medios trabajan periodistas que no le dan importancia a la ortografía, mostrando
un preocupante desprecio por una de sus herramientas de trabajo más importantes.
Periodistas que olvidan que dentro de la palabra “informar” está incluida “formar”.
En definitiva, quien me hizo la
pregunta cuando yo era un adolescente tenía mucha razón, esta profesión es una
mierda. Pero lo peor de todo es que la amo y sigo queriendo dedicarme a ella.
Pero no me dejan.
Y peor que todo eso es que
empiezan a pasear por mi cabeza ideas para mi futuro que se alejan muchísimo
del Periodismo, y eso me duele. Incluso en algunos momentos, empieza a apestar
a arrepentimiento, y me pregunto si quizá debería haberme dedicado al Derecho,
a pesar de que no me guste.
Por eso, y mientras sigo dándole
vueltas a mi futuro, busco en los anuncios por palabras alguna máquina del
tiempo que me permita viajar hasta 1995 ó 1996. Aunque me asusta pensar que
quizá mi respuesta a la pregunta del jefe de Local sería muy diferente.
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