29 diciembre 2012

La máquina del tiempo


Corría el año 1995, o quizá era 1996. Ya sabéis, cuando no había calles sin tiendas, los bares no se habían convertido en restaurantes chinos y los restaurantes chinos todavía no eran woks.

Yo caminaba junto a mi madre emocionado porque iba a conocer la redacción de uno de los periódicos más importantes de Aragón. El lugar donde había soñado trabajar desde que tenía dos años. Cuando llegamos, mi madre me presentó a un amigo, por aquel entonces encargado de la sección de local. Tras oír mi nombre, aquel periodista me miró fijamente y sólo hizo una pregunta: “¿Así que tú eres el que se quiere dedicar a esta mierda de profesión?”.

Le contesté orgulloso que sí, y achaqué su pregunta a un mal día en la redacción, un artículo recortado o la falta de café. No le di más importancia.




Años después, tras una travesía horrible por el desierto de Derecho, pude cumplir mi sueño y convertirme en periodista. Sabía que no era la profesión mejor pagada, sabía que mi camino no iba a ser tan seguro como el de muchos de mis amigos que habían elegido otras carreras; amigos que, después de trabajar mucho, llevan ahora una vida de éxito, con importantes sueldos, y a quienes de momento no les asusta el fantasma del paro. Algo que me alegra mucho porque realmente se lo merecen.

Muchos fueron los profesores que me advirtieron de lo jodido de esta profesión. Los horarios, la inestabilidad familiar, las presiones políticas y económicas, la precariedad… Monstruos que desde debajo de la cama intentaban asustarme y me recordaban la pregunta que me hizo el jefe de Local.

Pero aun así seguí adelante. Podría decir que fue un camino duro, pero mentiría. No me costó demasiado porque era lo que me gustaba, lo que mejor sé hacer. Lo único que quería hacer.

Ahora, varios años después de terminar la carrera, en el paro y después de haber encadenado cinco o seis contratos de sustitución, me sorprendo a mí mismo muchas veces pensando en la pregunta de marras. Y la respuesta siempre es la misma: quiero dedicarme a esta mierda de profesión. Pero no me dejan. Ni a mí ni a muchos otros.

Hoy por hoy, la de periodista es una de las profesiones más denostadas, si no la que más. Y por mucho que nos joda, eso es algo que nosotros solitos hemos conseguido, si no con nuestras acciones, sí con nuestras omisiones.

Bajo el ala del Periodismo se han protegido auténticos mierdas que no tenían donde caerse muertos, informando sobre estupideces que sólo interesan a gente más preocupada por la vida de los demás que por la suya. Y eso lo hemos consentido.

Las grandes empresas y las presiones políticas han moldeado muchos medios para convertirlos en poco más que voceros encargados de loar al partido o al producto de turno. Y eso lo hemos consentido.

Con la excusa de becas no pagadas y contratos de prácticas cuyos firmantes deben sobrepasar las responsabilidades que les corresponderían se ha maltratado a la información y a los productos informativos, y se ha sacrificado la objetividad. Y eso lo hemos consentido.

Los medios de comunicación, en definitiva, se han convertido en herramientas al servicio de intereses. Unas herramientas que, como tales, no se ha dudado en cerrar y hacer desaparecer cuando ha convenido, aludiendo muchas veces a una rentabilidad en la que no se valora la importancia de informar, y de hacerlo bien.

Y cosas como estas suceden cada día, mientras asociaciones de periodistas se llenan la boca de palabras bienintencionadas y promueven sesudos estudios para mejorar la profesión mientras hacen la vista gorda ante las muchísimas personas que siguen trabajando en los medios sin ni siquiera tener la titulación adecuada.

Suceden mientras en todos los medios trabajan periodistas que no le dan importancia a la ortografía, mostrando un preocupante desprecio por una de sus herramientas de trabajo más importantes. Periodistas que olvidan que dentro de la palabra “informar” está incluida “formar”.

En definitiva, quien me hizo la pregunta cuando yo era un adolescente tenía mucha razón, esta profesión es una mierda. Pero lo peor de todo es que la amo y sigo queriendo dedicarme a ella. Pero no me dejan.

Y peor que todo eso es que empiezan a pasear por mi cabeza ideas para mi futuro que se alejan muchísimo del Periodismo, y eso me duele. Incluso en algunos momentos, empieza a apestar a arrepentimiento, y me pregunto si quizá debería haberme dedicado al Derecho, a pesar de que no me guste.

Por eso, y mientras sigo dándole vueltas a mi futuro, busco en los anuncios por palabras alguna máquina del tiempo que me permita viajar hasta 1995 ó 1996. Aunque me asusta pensar que quizá mi respuesta a la pregunta del jefe de Local sería muy diferente.

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