Hace un mes no la conocía. Pero hasta hace pocos días su mundo giraba alrededor de ella.
Hacía sólo un mes que acababa de llegar al nuevo instituto, el tercero en menos de dos años, cosas del trabajo de papá. Ya estaba cansado de tratar de hacerse un sitio entre los populares, así que asumió el rol que, por leyes no escritas, se le había asignado: el chico rarito que no hablaba con nadie.
No era guapo, su sonrisa no era bonita y, desde luego, no tenía cuerpo para ir con los deportistas, así que se limitó a intentar pasar desapercibido y ser amable con las personas con las que se cruzaba. Tenía suerte, al menos esta vez nadie se metía con él.
La vida te pone en tu sitio, y te da armas para avanzar y hacerte un sitio, o al menos para que los acontecimientos se desarrollen a tu alrededor molestando lo menos posible. Su herramienta era la simpatía, una forma de ser casi magnética, que tampoco se molestaba en dar a conocer, básicamente porque no contaba con ella. Era algo que le salía porque sí, no lo valoraba.